lunes, 25 de diciembre de 2017

Silla eléctrica

Prisión provincial, 2 de febrero de 1919.

El juez necesitaba obtener el retrato de un presidiario llamado Francisco Garcés. Para ello, ordenó que el condenado fuese fotografiado en las dependencias del centro penitenciario donde cumplía condena por un triple homicidio hasta su más que segura ejecución. Trasladado el asesino a aquel lugar de la cárcel sin habérsele informado del porqué del desplazamiento, éste creyó que adonde lo llevaban los guardias era a la silla eléctrica. De ese modo, nada más entrar en la sala, el reo observó la silla de "operaciones" y se le cubrió la frente de sudor, empezando a temblar como una hoja. Acto seguido, uno de los guardias le invitó a que se sentara:

- ¡No, no, Dios mío; no, ahí no! - gritó el encarcelado.

Fue necesario, entonces, que los agentes le colocaran en la silla del fotógrafo de forma forzada, sujetándole a la misma mientras el citado profesional ajustaba a la cabeza del individuo el aparato de acero que servía para que la persona permaneciera inmóvil durante la pose.


Garcés, obsesionado por su idea, creyó llegada su última hora. Al mismo tiempo que la instantánea era tomada, el asesino se desmayó, produciendo su garganta un ronquido semejante al que sigue a la extinción de la vida. ¡El preso se había creído electrocutado! Por eso su asombro fue inmenso al volver en sí a los pocos minutos y encontrarse en este mundo de los vivos.

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