Pertenece a ti, mi
estimada ciudad, el ancho mundo de los relatos. Una mezquita como precipitada
hacia el mar, un viejo autobús urbano como queriendo despegar montaña arriba.
No hay otro sitio tan óptimo para ser contado sin la sensación de tiempo pasado
pues el pasado se mantiene vivo en la tranquilidad de una cronología
multi-temporal. Si se quiere, alguien te enseñará aquí la Lebtit del afamado
autor. Pero quedarás embobado al pisar el campo donde afloran las mitologías
perfectas, los intrincados laberintos religiosos o por la posibilidad de
habitar espacios multidimensionales. Merece la pena visitar este lugar al menos
un par de jornadas, -cualquier forastero ganará la experiencia de un sinfín de
fantasías - o tal vez permanecer encerrado en estos pocos quilómetros cuadrados
ya toda la vida. Les aseguro que merece la pena. Créanme: el afamado relatista
empezó a brillar justo tras conocer esta ciudad. Fue cuando halló su ansiado
centro del laberinto y en el subterráneo encontró la rosa, los espejos y detrás
de ellos el jardín, un espléndido jardín iluminado por luciérnagas,
profundamente cultivado sobre un intenso túnel secreto que conducía al fresco y
húmedo Mons Faccius, justo detrás de la hacienda de Marco Flavio, allí donde
los soldados hallaron aquel cofre de sestercios de oro repentinamente
convertidos en tigres. El afamado autor y su relación segura con esta ciudad,
que vende secretas estancias del Oriente remoto en sus mosaicos textiles, en
sus alfombras. Pertenece a ella sin discusión el ancho mundo de los relatos.
Todos tenemos aquí "un poco de Ulises y nuestra existencia es un viaje de
descubrimiento."
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