… acabó en mi
casa de campo de Los Cardales (Capilla del Señor, Exaltación de la Cruz,
provincia de Buenos Aires). Me dijo que había escapado de la cárcel tras una
condena política. A pesar de que lo reconocí, él se había transformado, nada
era de lo que fue. Le manifesté mi admiración. Le dije que se quedaba a vivir
en la hacienda a cambio de que me diera lecciones de escritura creativa y de
poderle hacer miles de preguntas sobre su obra, que admiraba yo más que a
ninguna otra. También le aseguré que le escondería bien de la policía, de la
maldita policía y del gobierno tan judicializado y que en breve organizaríamos
su huida a un país europeo. Decía que no sabía nada, que estaba bloqueado, que
había perdido la cabeza a causa de las terribles torturas sufridas en el
calabozo de donde ahora había escapado:
-
"Organicemos un ciclo de cine en tu sala" - insistió.
Sabía
ciertamente de mi cinefilia, eso no se le había olvidado. Me enorgullecí de mí
mismo. Solo quería organizar un ciclo de cine conmigo, qué extraño y qué
tentador a la vez. Solo le interesaba organizar el ciclo y comenzar en breve a
visionar, aquí en casa, soportando los aullidos de la perra flaca. Decía que no
sabía por qué pero que recordaba cada film trascendental que había visto en su
vida y que acudía a mí, crítico de cine conocido en el país, a forjarse una
nueva personalidad desde ese estupendo género visual.
Tras pasar
juntos un mes viendo películas de autor de todos los tiempos, acabé comprándole
un billete para Tallin, le llevé al aeropuerto y allí, mi amigo Walter White,
un amigo influyente de la administración, le proporcionó un pasaporte con falsa
identidad. Antes de partir, en agradecimiento, Julio me dio una bolsa con unas
llaves y una dirección y me dijo que acudiera allí antes del anochecer.
Me indicó que
nada más entrar en el salón, hallaría en una mesa un escrito y que luego
siguiera las instrucciones redactadas en el citado papel. Me dijo que no
permaneciera demasiado tiempo en esa vivienda de Agronomía, que los vecinos
acabarían llamando a la policía (pues Julio les dijo a esos vecinos que saldría
de la Argentina para dos meses o más).
La nota decía:
"Organicé conscientemente el consabido tumulto. Quería así
jugar, al tiempo que me autocondenaba como Julio y manchaba mi imagen
definitivamente de cara a la sociedad -cuidé de no hacer daño a nadie, un robo
en una lujosa joyería del centro con una sencilla intimidación y perjuicio a
gente adinerada, que por otra parte se repondría económicamente del mismo en
breve -. Me dejé ver bien descaradamente e incluso se percatarían tras mi huida
de mi documento en el suelo creyendo que lo habría perdido allí
involuntariamente. Luego escapé directamente a tu casa y te conté en parte la
verdad: La policía me hubiera tratado fatal.
Calculé este
escrito para ti (me habían hablado de tu poca calidad y te elegí), Jorge Landrove,
crítico de cine y mediocre escritor de novelas infumables. Has cuidado de mí en
estos días difíciles y de intensa inquietud. Por haberme ayudado a llevar esta
nueva libertad de mente y circunstancias y haber conseguido, gracias a tu apoyo,
el camino donde arrojar el yugo infinito de la indeseable identidad, deseo
legarte estos tres manuscritos con los que estoy seguro lograrás alcanzar el
reconocimiento como escritor que nunca has parado de buscar.
Tuyo, Julio, en
la postrera vez.”
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