miércoles, 20 de diciembre de 2017

El legado


… acabó en mi casa de campo de Los Cardales (Capilla del Señor, Exaltación de la Cruz, provincia de Buenos Aires). Me dijo que había escapado de la cárcel tras una condena política. A pesar de que lo reconocí, él se había transformado, nada era de lo que fue. Le manifesté mi admiración. Le dije que se quedaba a vivir en la hacienda a cambio de que me diera lecciones de escritura creativa y de poderle hacer miles de preguntas sobre su obra, que admiraba yo más que a ninguna otra. También le aseguré que le escondería bien de la policía, de la maldita policía y del gobierno tan judicializado y que en breve organizaríamos su huida a un país europeo. Decía que no sabía nada, que estaba bloqueado, que había perdido la cabeza a causa de las terribles torturas sufridas en el calabozo de donde ahora había escapado:

- "Organicemos un ciclo de cine en tu sala" - insistió.

Sabía ciertamente de mi cinefilia, eso no se le había olvidado. Me enorgullecí de mí mismo. Solo quería organizar un ciclo de cine conmigo, qué extraño y qué tentador a la vez. Solo le interesaba organizar el ciclo y comenzar en breve a visionar, aquí en casa, soportando los aullidos de la perra flaca. Decía que no sabía por qué pero que recordaba cada film trascendental que había visto en su vida y que acudía a mí, crítico de cine conocido en el país, a forjarse una nueva personalidad desde ese estupendo género visual.

Tras pasar juntos un mes viendo películas de autor de todos los tiempos, acabé comprándole un billete para Tallin, le llevé al aeropuerto y allí, mi amigo Walter White, un amigo influyente de la administración, le proporcionó un pasaporte con falsa identidad. Antes de partir, en agradecimiento, Julio me dio una bolsa con unas llaves y una dirección y me dijo que acudiera allí antes del anochecer.

Me indicó que nada más entrar en el salón, hallaría en una mesa un escrito y que luego siguiera las instrucciones redactadas en el citado papel. Me dijo que no permaneciera demasiado tiempo en esa vivienda de Agronomía, que los vecinos acabarían llamando a la policía (pues Julio les dijo a esos vecinos que saldría de la Argentina para dos meses o más).

La nota decía:

"Organicé conscientemente el consabido tumulto. Quería así jugar, al tiempo que me autocondenaba como Julio y manchaba mi imagen definitivamente de cara a la sociedad -cuidé de no hacer daño a nadie, un robo en una lujosa joyería del centro con una sencilla intimidación y perjuicio a gente adinerada, que por otra parte se repondría económicamente del mismo en breve -. Me dejé ver bien descaradamente e incluso se percatarían tras mi huida de mi documento en el suelo creyendo que lo habría perdido allí involuntariamente. Luego escapé directamente a tu casa y te conté en parte la verdad: La policía me hubiera tratado fatal.

Calculé este escrito para ti (me habían hablado de tu poca calidad y te elegí), Jorge Landrove, crítico de cine y mediocre escritor de novelas infumables. Has cuidado de mí en estos días difíciles y de intensa inquietud. Por haberme ayudado a llevar esta nueva libertad de mente y circunstancias y haber conseguido, gracias a tu apoyo, el camino donde arrojar el yugo infinito de la indeseable identidad, deseo legarte estos tres manuscritos con los que estoy seguro lograrás alcanzar el reconocimiento como escritor que nunca has parado de buscar.

Tuyo, Julio, en la postrera vez.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Envíame tus comentarios