domingo, 16 de febrero de 2025

Robert Walser: El arte de desaparecer en la literatura


Robert Walser (1878-1956) es uno de los escritores más singulares de la literatura moderna. Autor de novelas, cuentos y microtextos conocidos como microgramas, su obra parece construida con la intención de desaparecer, de diluirse en lo cotidiano hasta volverse casi imperceptible. Sin embargo, en esa aparente levedad reside su inmensa profundidad, la cual ha sido reconocida por grandes autores y críticos literarios a lo largo del tiempo. Como señaló W.G. Sebald, “En la historia de la literatura moderna, no hay otro autor que haya desaparecido tan completamente en su propia obra”.




La literatura de lo menor

El estilo de Walser se basa en lo mínimo, en lo pasajero y en lo fugaz. Sus textos están llenos de caminatas sin rumbo, de personajes que apenas son sombras y de detalles cotidianos que cobran una importancia inusitada. Walter Benjamin lo describió como un escritor cuya obra “transmite la alegría de existir en lo menor, de perderse sin cesar y encontrarse en lo imperceptible”. En su mundo literario, la grandeza no se encuentra en los grandes dramas, sino en lo efímero y lo inadvertido.

La aparente ligereza de su escritura esconde una gran profundidad, como destacó Hermann Hesse: “Sus escritos poseen una ligereza inigualable, pero llevan consigo la profundidad de un alma melancólica”. Y es que en Walser, lo simple nunca es banal, sino una exploración de la soledad, la fragilidad y la belleza de lo cotidiano.

La ironía y la desaparición del yo

Uno de los aspectos más fascinantes de Walser es su relación con la identidad y la autoría. A diferencia de otros escritores que buscan afirmarse en su voz, Walser parece querer desvanecerse en su propio texto. Hannah Arendt lo expresó de forma precisa: “Hay en Walser un deseo de desaparecer, de hacerse tan pequeño que ya no pueda ser visto ni encontrado”. Esa misma desaparición se refleja en sus personajes, a menudo tímidos y errantes, incapaces de dejar una huella duradera en el mundo.

Su ironía también juega un papel clave en su obra. Franz Kafka, un lector admirador de Walser, señaló: “En su prosa, la ternura se disfraza de ironía y la ironía de ternura”. Sus narradores parecen siempre a punto de burlarse de sí mismos, de su propia insignificancia, pero sin amargura, sino con una delicada resignación. Como dijo Elias Canetti, “No conozco a nadie que haya jugado con la insignificancia con tal seriedad”.




Un escritor fuera de su tiempo

La obra de Walser no fue ampliamente reconocida en su época. Su estilo fragmentario, su preferencia por lo efímero y su negativa a encajar en las grandes corrientes literarias del momento hicieron que fuera visto como un escritor excéntrico y marginal. Sin embargo, esa misma marginalidad es lo que lo hace tan relevante hoy. Pierre Michon lo llamó “el santo patrono de los escritores que nunca encontraron su sitio”, una descripción que resuena en muchos escritores contemporáneos.

Muchos autores han visto en su escritura una suerte de milagro estilístico. Peter Handke afirmó: “Nunca una voz tan pequeña ha dicho cosas tan grandes”, mientras que Paul Auster lo definió como “un escritor que sabía cómo hacer del fracaso un arte”. Sus textos, a menudo escritos en una caligrafía minúscula y desordenada, parecen reflejar esa misma sensación de querer existir sin ser notado.




La nieve y la memoria de Walser

El final de la vida de Walser es tan enigmático como su literatura. Pasó sus últimos años internado en un hospital psiquiátrico, dejando de escribir completamente. Su muerte, ocurrida en la Navidad de 1956, es casi una imagen de su propia obra: su cuerpo fue encontrado en la nieve, como si se hubiera desvanecido en su propio paisaje. Enrique Vila-Matas, en un homenaje literario, escribió: “Leerlo es como caminar sobre la nieve, dejando huellas que el viento borra de inmediato”.

A pesar de su deseo de desaparecer, Walser sigue vivo en la literatura. Su legado ha sido reivindicado por autores como Thomas Bernhard, quien subrayó: “Su delicadeza extrema es lo que lo hace tan radical”, o Rodrigo Fresán, quien lo describió como “un escritor tan secreto que parece que aún sigue escondido en sus frases”.

La obra de Robert Walser es un recordatorio de que la literatura no necesita grandes gestos ni afirmaciones rotundas para ser trascendental. A veces, basta con el murmullo de una frase, con la huella leve de una caminata en la nieve

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