sábado, 11 de noviembre de 2017

Un subterráneo y algunas fuentes de mi ciudad

Julio Verne, en uno de sus periplos para averiguar datos sobre su libro “Viaje al centro de la Tierra” pasó unos días en Ceuta. Allí, un entendido geólogo le dijo que desde una vivienda que pudo estar situada en la actual calle Real, se podía entrar a una cueva por cuyo interior se extendían pasillos que iban secuencialmente bajando hacia niveles que los espeleólogos de entonces (como los de ahora) no se habían atrevido a explorar. Algunas leyendas ceutíes nos contaron siempre que en aquel lugar vagaban eternamente las almas errantes sin otra dedicación que arreglar rencillas pasadas entre miembros de las comunidades que en la población vivían -las almas portuguesas habían quedado atrapadas bajo el manto de la virgen más venerada, habiendo huido finalmente a Faro a finales del siglo XVII-.

Al acabar la susodicha calle, se alzaba el aterrador palacio del gobernador. A su izquierda, una señal de madera indicaba el acceso a la playa de San Amaro, donde he leído que en época del califato de Córdoba se hallaba la fuente del Olvido, en la que los espíritus atormentados se abalanzaban sedientos a refrescarse el rostro y a beber. Quienes bebían en ella olvidaban de inmediato sus maltrechas vidas, lo que les permitía descansar para siempre en el más placentero de los sueños.

Existía también una fuente llamada de la Memoria. Se llegaba a ella a través de un sendero que unía Benzú con la frontera marroquí rogando a los dueños de una taberna las indicaciones para llegar al sitio y teniendo que aguantar sus burlas pues, según dicen, las instrucciones del viejo libro árabe de viajes que poseían en su extensa biblioteca (cuya autoría se debe según algunos a Al-Idrissi), son muy confusas a la hora de explicar el acceso al último de los caminos. Según el mismo libro, a los afortunados que allí bebían les era permitido hablar de sus vidas pasadas y podían adivinar el futuro. Unas chanas rifeñas que siempre andaban alrededor de la fuente también permitían a estas almas que hicieran breves visitas reencarnadas, cuando los descendientes de aquellas querían formularles preguntas, para lo cual, como pago, sus parientes en vida debían sacrificar un cordero.

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