Julio
Verne, en uno de sus periplos para averiguar datos sobre su libro “Viaje al
centro de la Tierra” pasó unos días en Ceuta. Allí, un entendido geólogo le
dijo que desde una vivienda que pudo estar situada en la actual calle Real, se
podía entrar a una cueva por cuyo interior se extendían pasillos que iban
secuencialmente bajando hacia niveles que los espeleólogos de entonces (como
los de ahora) no se habían atrevido a explorar. Algunas leyendas ceutíes nos
contaron siempre que en aquel lugar vagaban eternamente las almas errantes sin
otra dedicación que arreglar rencillas pasadas entre miembros de las comunidades
que en la población vivían -las almas portuguesas habían quedado atrapadas bajo
el manto de la virgen más venerada, habiendo huido finalmente a Faro a finales
del siglo XVII-.
Al
acabar la susodicha calle, se alzaba el aterrador palacio del gobernador. A su
izquierda, una señal de madera indicaba el acceso a la playa de San Amaro,
donde he leído que en época del califato de Córdoba se hallaba la fuente del Olvido, en la que los espíritus atormentados
se abalanzaban sedientos a refrescarse el rostro y a beber. Quienes bebían en
ella olvidaban de inmediato sus maltrechas vidas, lo que les permitía descansar
para siempre en el más placentero de los sueños.
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