jueves, 23 de enero de 2025

Priya y Arjun




En el apacible paraje de Valdeniebla, a las afueras de Valmojado, los amigos Priya y Arjun exploraban su nuevo hogar. Su traslado, motivado por un trabajo que no esperaban y el deseo de aventura, les había llevado a este rincón del planeta donde el cielo parece infinito y el viento susurra historias antiguas. 

Una tarde, al llegar a una pequeño lavajo escondido entre encinas y pinares, la calma del lugar se rompió con un resplandor misterioso que surgió del agua. De entre las ondas apareció un ser etéreo, vestido con ropajes que centelleaban como el oro bajo el sol.

—Soy Varuna —anunció con voz profunda—. Este paraje es mi hogar. Sed bienvenidos.

Priya y Arjun, atónitos, juntaron las manos en un gesto de reverencia. No entendían ese suceso lejos de la India.

—Varuna, venerable dios, ¿qué significa tu aparición, aquí, pero tan lejos? —preguntó Priya.

—Os he observado desde que llegasteis a esta nueva tierra. Mi mensaje es claro: debéis iniciar una nueva vida aquí. Fundaréis un nuevo asentamiento para dar a conocer vuestra India natal. Seguid las señales y encontraréis la felicidad.

Al día siguiente, caminando por el mismo paraje, al que acudían atraídos sin ellos saber muy bien por qué, como por una fuerza inexplicable, los dos amigos se cruzaron con un grupo de recolectores de espárragos, todos ellos también  de la India. 

Entonces, un hombre llamado Ramesh, les explicó que eran devotos de la diosa Durga y que recogían espárragos silvestres para llevarle como ofrenda a un improvisado altar en en el lugar conocido como Fuente de Pedro Díaz.

—Durga nos conduce —dijo Ramesh—, y parece que Varuna también os ha guiado. Si queréis iniciar ese negocio, nosotros os apoyaremos. En esta zona hay más adoradores de Durga de lo que imagináis.

Así comenzó la aventura de Priya y Arjun. Con el apoyo de los caminantes y una bendición divina, encontraron un local en Valmojado y lo transformaron en una casa de comidas, a la que bautizaron como “Sabores de India”, un restaurante que pronto se conviertiría en el primer punto de encuentro para la comunidad en el pueblo.

Una noche, mientras Priya servía chai a un grupo de clientes, uno de los recolectores de espárragos se levantó con entusiasmo. Era Ramesh, quien con una sonrisa dijo:

—Estoy muy contento de que Durga nos haya reunido aquí. Este lugar es más que un restaurante. Es un templo de unión para nuestra comunidad.

Arjun, que estaba detrás del mostrador, respondió:

—Y para nosotros es un sueño hecho realidad. Aquí, en Valmojado, hemos encontrado nuestro hogar, nuestras raíces y nuestra familia.

El negocio de Arjun y Priya fue todo un éxito. Las bendiciones de Varuna y el apoyo de los devotos de Durga llenaron el lugar de prosperidad. Priya y Arjun, con humildad y gratitud, sintieron que su misión en Valmojado estaba apenas comenzando, pues los dioses seguían guiándolos, entre aromas de cúrcuma, cilantro y cardamomo.

El restaurante “Sabores de India” no solo atrajo a la comunidad india, sino que poco a poco comenzó a despertar la curiosidad de los habitantes de Valmojado. En un principio, los vecinos solo pasaban por la puerta, observando con desconfianza los carteles escritos en un español sencillo que anunciaban platos desconocidos, como "Pollo Tikka Masala" o "Samosas".

Una mañana, mientras Arjun colocaba unas macetas con flores en la entrada, una mujer mayor del pueblo, doña Carmen, se acercó con paso decidido.

—Muchacho, ¿qué vendéis aquí? Porque yo no entiendo ni una palabra de ese cartel —dijo señalando el menú.

Arjun, que llevaba un tiempo esforzándose por aprender español, sonrió.

—Vendemos comida india, señora. Es… cómo decirlo, muy diferente, pero muy rica. Tiene especias, mucho sabor. ¿Quiere probar?

Doña Carmen frunció el ceño.

—¿Es muy picante? Porque yo, con mi estómago, no puedo comer esas cosas tan fuertes.

—No todo es picante, señora. Hay platos suaves. Tenemos arroz, pan, cosas parecidas a los guisos. Si quiere, preparo algo para usted sin compromiso —respondió Arjun con amabilidad.

—Bueno… no me vendría mal un cambio. Estoy harta de comer lentejas todas las semanas —dijo la mujer, cruzando los brazos—. Venga, muchacho, tráeme algo que no me mate.

Arjun entró en la cocina y preparó un plato de Biryani de verduras, moderando las especias. Cuando se lo sirvió, doña Carmen probó un bocado con alguna reticencia.

—Oye, esto no está mal —dijo, mirando a Arjun con sorpresa—. Tiene sabor, pero no me quema la lengua. ¿Cómo has dicho que se llama?

Biryani. Es arroz con especias y verduras.

Doña Carmen asintió, terminándose el plato sin dejar un grano.

—Volveré, muchacho. Pero ponme menos especias la próxima vez. Aunque está bueno, no quiero tentar a mi estómago.

Con el tiempo, más y más vecinos se animaron a entrar al local. Uno de ellos fue Miguel, el carnicero del pueblo, quien llegó un mediodía con su amigo Julián, el panadero de la calle Alcarías.

—¿Esto es lo del restaurante de los indios? —preguntó Miguel al entrar, observando el lugar decorado con telas coloridas y lámparas que arrojaban sombras danzarinas en las paredes.

—Bienvenidos. ¿Quieren probar algo? Tenemos comida típica de nuestro país —dijo Priya con una sonrisa.

—No sé yo, Julián… ¿Y si nos traen algo raro? —susurró Miguel a su amigo.

—Deja de quejarte y prueba algo nuevo. Siempre comes lo mismo: chorizo y tortilla —respondió Julián, dándole un codazo.

Priya les recomendó empezar con unas Samosas y un plato de Pollo Tikka Masala. Los hombres miraron las samosas con curiosidad, examinando las pequeñas empanadillas antes de morder.

—¡Esto está buenísimo! —exclamó Julián, sorprendido por el crujido de la masa y el sabor especiado del relleno.

—No está mal —admitió Miguel, aunque ya se había comido dos samosas antes de terminar la frase.

Cuando llegó el pollo, ambos quedaron impresionados.

—¿Qué lleva esta salsa? Está para mojar pan —dijo Miguel, mientras tomaba un trozo de naan para raspar lo que quedaba en su plato.

—Es una mezcla de tomate, nata y especias. Se llama masala —explicó Priya—. Me alegra que les guste.

—¿Gustarnos? ¡Esto es una maravilla! —dijo Julián, riendo—. Vamos a contarle a todos que se pasen por aquí.

Poco a poco, el restaurante se convirtió en un punto de encuentro no solo para la comunidad india, sino también para los vecinos del pueblo, quienes se aventuraban cada vez más a probar nuevos sabores.

Un día, mientras servían a un grupo mixto de indios y españoles, Priya notó que doña Carmen estaba charlando animadamente con Ramesh, el devoto de Durga que había ayudado a iniciar el negocio.

—¿Y tú cómo acabaste recogiendo espárragos por aquí? —preguntaba Carmen, curiosa.

—Es una larga historia, señora. Pero los espárragos de la zona son buenísimos. En un texto del siglo XIX fue anotado por uno de nuestros cronistas locales: el gran Ravi Ratnam, cuando pasó por aquí en una misión diplomática de Madrid a Sevilla, desviado por alguna razón del camino de Extremadura. Además, estas delicias silvestres nos ayudan a conectar con la tierra y a hacer nuestras ofrendas a Durga con la suficiente emoción —respondió Ramesh.

—Pues mira, no sabía yo que los dioses hindúes también cuidaban de los espárragos. Igual les pido que me echen una mano con mi huerto —bromeó Carmen, y ambos rieron.

Una noche, el restaurante estaba lleno. Había familias españolas probando naan y dhal, grupos de indios degustando chai, e incluso algunos caminantes extranjeros que habían escuchado del lugar en sus viajes. Arjun y Priya no daban abasto, pero estaban felices.

—¿Te das cuenta? —dijo Arjun mientras servía un plato—. Lo que empezó con una bendición de Varuna ahora es un lugar donde se mezclan culturas.

—Es hermoso. Aquí la gente descubre algo más que comida internacional —respondió Priya.

Esa noche, mientras cerraban el restaurante, miraron al cielo estrellado de Valmojado y sintieron una profunda gratitud. Los dioses habían hablado, y ellos habían escuchado. En este rincón del mundo, donde el aroma del curry se mezclaba con el de los espárragos y el pan recién hecho, la India y España se daban la mano cada día.





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